martes, 23 de noviembre de 2010

la vendedora de frutas


Era un día como este, hacia días que Amelia tenía algo preparado, que en su mente circulaba una idea, un hecho, que le ponía a latir el corazón a mil.
En todo el viaje hacia los edificios rojos iba pensando paso a paso lo que haría dentro de unas horas, que si salía bien sería un gran día, como siempre lo hacía subestimo su poder.
De regreso al ritmo de la música de la radio, canciones pop, canciones románticas, el viaje se estaba haciendo largo, demasiados semáforos en rojo, ella suele ser una persona que pone mucha atención a las cosas a las palabras de los demás, se recuerda de esas cosas que nadie más se acordaría, e iba pensando que quería regalar algo, pero algo fuera de lo normal y algo que pudiera ajustarse a su corto presupuesto de 12 dólares.

Decidió regresarse por la calle de siempre pero en su distracción doblo por otra que era un poco más difícil de pasar pero corta, en ese momento lo olvido y cruzo por esa esquina será que debía pasar por ahí por algo, si existe una cosa que Amelia siempre se pregunta es si será el destino o puras casualidades la que la llevan la q la dirigen a ciertos momentos.

Ahí estaba en la esquina una señora vendiendo en su canasto, Amelia no podía creer lo que veía, vendía fruta, amarilla pequeña, ella no sabía muy bien como se llamaban ese tipo de guineos tan pequeñitos, como para bebes, pero su sabor dulce le gustaba, no se volvían tan pegajosos como los guineos normales ni tenían esa sensación de estar algo verdes.

Se bajo, con dudas pensó que le digo? Un dólar? Cinco? Deme doce?
-cuánto cuestan-
-doce por un dólar-
Ese número debió haber sido un buen numero el doce, abrió lentamente la cartera mientras hacía cálculos mentales y saco un dólar, una dulce niña de pelo lacio se los dio. Y ahí estaban en el asiento de al lado un gajo de 12 guineos amarillos, tan brillantes como la sonrisa que se dibujaba en su cara.

Estos 12 pasaron una noche en el baúl y otro medio día más bajo una manta. Hasta que fueron entregados.

Días después, o habrán sido meses quizá, Amelia vuelve a pasar por esta calle volvía a la esquina no ve a nadie, ni a la señora ni a su hija ayudándole con el canasto.

Aun hoy en día ella pasa por la misma calle, dobla por la misma esquina y no ha vuelto a ver a la señora, ni a su canasto, ni a los guineos que vendía.
Las temporadas cambian y las frutas van variando, pero no se explica cómo es que jamás la volvió a ver. Incluso un año después paso repetidamente varios días seguidos por el lugar. Nunca más la volvió a ver.